Perspectiva de Berlín
Cruzamos la calle. ¿Cómo te llamas? No lo sé. Ven, acompáñame a tomar un trago. No puedo, me esperan en la terminal. No tiene encanto tu respuesta. ¿Por qué lo dices? Porque vienes caminando cinco cuadras conmigo sin mirar atrás. Yo nunca miro atrás, dicen que es de mala suerte. ¿Crees en Dios? ¿Qué tiene que ver Dios en todo esto? Dios no quiere que te tomes unos tragos conmigo. Dios sí quiere, pero yo no puedo, ¿tú cómo te llamas? Dios. Ya basta de molestarme y dime. A mí no me gusta molestar a nadie, ¿haces deporte? De vez en cuando salgo a correr en las mañanas. Yo ya no hago deporte y no quiero volver a hacerlo. Ya me perdí, ¿en dónde estamos? Nos quedan dos cuadras más y llegamos a Berlín. Parece lejos. ¿Acaso importa? Parece que estás cansado. No, todo lo contrario, pero es cierto que parece lejos, aunque ya perdió relevancia. ¿Tienes hijos? Sí, dos. ¿Y tu mujer también habla con extraños? Tú también eres mujer. No todas hablamos con extraños. Tú sí. Te llamaré Diego y si no te gusta, no me importa. Hagamos el amor. Yo no hago el amor con extraños. Yo no soy un extraño, soy Diego. No entiendo, ¿cómo llegamos acá? ¿Qué prefieres, pisco o ron? Ron, pero sin limón. Dos rones sin limón. ¿Cómo se llama este lugar? Paranoia. Otra vez estás hablando sin sentido. Qué sentido tiene si no es el que le damos. Me encanta morder tus labios. A mí me encanta que nunca guardes silencio. Cómo estás seguro si nunca has estado siempre conmigo. Sí lo he estado, sólo que no te has dado cuenta. No estoy loca. Yo tampoco. Aprétame más. No te vayas. Te llamaré, lo prometo. Es fácil prometer. Entonces llévame. Ya vamos a llegar. No, no es cierto y no importa. Ya lo sé, crucemos la calle.
Cruzamos la calle. ¿Cómo te llamas? No lo sé. Ven, acompáñame a tomar un trago. No puedo, me esperan en la terminal. No tiene encanto tu respuesta. ¿Por qué lo dices? Porque vienes caminando cinco cuadras conmigo sin mirar atrás. Yo nunca miro atrás, dicen que es de mala suerte. ¿Crees en Dios? ¿Qué tiene que ver Dios en todo esto? Dios no quiere que te tomes unos tragos conmigo. Dios sí quiere, pero yo no puedo, ¿tú cómo te llamas? Dios. Ya basta de molestarme y dime. A mí no me gusta molestar a nadie, ¿haces deporte? De vez en cuando salgo a correr en las mañanas. Yo ya no hago deporte y no quiero volver a hacerlo. Ya me perdí, ¿en dónde estamos? Nos quedan dos cuadras más y llegamos a Berlín. Parece lejos. ¿Acaso importa? Parece que estás cansado. No, todo lo contrario, pero es cierto que parece lejos, aunque ya perdió relevancia. ¿Tienes hijos? Sí, dos. ¿Y tu mujer también habla con extraños? Tú también eres mujer. No todas hablamos con extraños. Tú sí. Te llamaré Diego y si no te gusta, no me importa. Hagamos el amor. Yo no hago el amor con extraños. Yo no soy un extraño, soy Diego. No entiendo, ¿cómo llegamos acá? ¿Qué prefieres, pisco o ron? Ron, pero sin limón. Dos rones sin limón. ¿Cómo se llama este lugar? Paranoia. Otra vez estás hablando sin sentido. Qué sentido tiene si no es el que le damos. Me encanta morder tus labios. A mí me encanta que nunca guardes silencio. Cómo estás seguro si nunca has estado siempre conmigo. Sí lo he estado, sólo que no te has dado cuenta. No estoy loca. Yo tampoco. Aprétame más. No te vayas. Te llamaré, lo prometo. Es fácil prometer. Entonces llévame. Ya vamos a llegar. No, no es cierto y no importa. Ya lo sé, crucemos la calle.
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